martes, 27 de marzo de 2012

Las privatizaciones y la mala memoria

Cualquier observador de la realidad nacional, por poca agudeza que tenga, habrá advertido en los últimos tiempos la dura carga que le han significado al país las privatizaciones después de décadas de economía neoliberal. Ferrocarriles con material rodante obsoleto y pésimo servicio; un país desmembrado con rieles casi inútiles y cubiertos de yuyos que ya nada vinculan; carreteras similares al momento en que se privatizaron y en las que no se construyó un solo kilómetro de autopistas, pese a las fabulosas ganancias que dan; fin del autoabastecimiento de hidrocarburos por falta de inversiones y combustibles cada vez más caros (nunca desciende su precio, ni siquiera cuando baja el internacional); gas encarecido y con escasas reservas; teléfonos que duplican las tarifas de los mercados de origen de las compañías... La lista podría extenderse bastante y abarca todas las actividades y los insumos de base que hacen a la grandeza o al menos a la solidez de un país que se precie de tal. Por esa razón, si el lector tiene la paciencia y la posibilidad de confrontar este panorama que hoy se está padeciendo con el que había al momento en que se promovieron las privatizaciones, resulta asombroso comprobar la cantidad de voces, de todos los rumbos y latitudes económicas, sociales y políticas, que se levantaban por entonces elogiando esa entrega y dándole el carácter de panacea. Esa actitud, apoyada por una brutal campaña publicitaria a través de los medios dominantes, fue un aluvión generalizado, con escasas excepciones individuales. Estas últimas, en medio de la marejada privatista, parecían voces que clamaban en el desierto y eran objeto de descrédito y de burla; eran los réprobos que no querían ver el paraíso futuro, donde todo funcionaría, sería más barato y nos llevaría al anhelado primer mundo. Hasta los partidos políticos que dragoneaban de populares se sumaron con descaro a la fiesta de desguace del Estado, con algunas vergüenzas inolvidables, como la del Congreso Nacional cuando trató la privatización de YPF. Ahora, a veinte años vista, queda en evidencia que aquello no fue otra cosa que una mascarada, un saqueo al esfuerzo de generaciones de argentinos, menospreciadas y malbaratadas en poquísimo tiempo con la mentira de los cavallo, los menem y todo el séquito de aprovechados que los encumbraron y medraron a su alrededor. Hoy, disfrutando de sus fortunas, desaparecieron de la información pública y no asoman ni la nariz. La memoria suele tener dos vertientes, nada parecidas: la de los que sufren y la de los que hacen sufrir. Por eso, ejerciendo una simple mirada en perspectiva, resulta notable advertir que ninguno de aquellos glorificadores de las privatizaciones -y también de sus representantes locales- haya tenido la dignidad de admitir el fracaso o, al menos, de ejercer una crítica hacia una postura que demostró no solamente ser equivocada sino también falsa. Y lo que es peor: con su fracaso extendido por casi todo el planeta, incluidos aquellos países del envidiado "primer mundo". Esta reflexión de carácter general y vista en perspectiva temporal es aplicable también a lo particular en lo inmediato; las recientes y no resueltas tensiones entre el gobierno y los empresarios petroleros son una prueba. Evidentemente las autoridades creyeron en la posibilidad de una alianza con el capital, olvidando la amarga experiencia del gobierno alfonsinista con los mismos "capitanes de industria". Ellos, por el contrario, aplicaron aquella máxima del Martín Fierro respecto a que "olvidarse de lo malo también es tener memoria".

Fuente:  La Arena

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