martes, 18 de octubre de 2011

Tren a las nubes - Una aventura en la Puna, cerca del cielo

Subir la montaña sobre rieles hasta alcanzar los 4.200 metros de altura en plena Puna salteña, tierra que fue de los incas, es una travesía indescriptible, única. Muy valorada por los europeos, estos constituyen casi la mitad de los pasajeros que toman el convoy turístico. Del resto, la mayoría son bonaerenses y santafesinos. El viaje, de 16 horas, los deja agotados pero satisfechos.Los ojos no tienen reposo. Desde la estación Cerrillos el ascenso nos lleva de asombro en asombro.
Faltan manos y tiempo para sacar fotos. "Se me fue la casita…", lamenta Susana Terraras haciendo un puchero que no dura, porque ya la sorprende otro paisaje que esta vez sí logra capturar. "¡Mirá qué hermoso!" "¡Qué maravilla!" "¡No se puede creer!" y otras frases del estilo se escuchan a cada momento en los vagones del Tren a las Nubes."Este es un tren único, que no existe en otra parte del mundo, así que queríamos conocerlo", comenta Vasco Breia Fernandes Pereira, de Portugal, quien eligió Argentina para pasar sus vacaciones con su pareja, Paula Calixto Tabana. Son dos de los muchos extranjeros que se suben al tren turístico para transitar sobre rieles la Cordillera de los Andes.Desde las seis llegan los pasajeros a la estación de la ciudad de Salta.
El edificio, impecable, y que conserva las líneas originales, nos trae nostalgias de la época de gloria del ferrocarril a los argentinos. A los europeos los transporta a un pasado pintoresco. A las 7.05 el Tren a las Nubes inicia su recorrido de 217 km que nos llevará hasta los 4.220 metros de altura, en el viaducto La Polvorilla, una obra maestra de ingeniería, pasando por el pueblo más alto del territorio argentino, San Antonio de los Cobres, a 3.774 metros.

Nuevas amistades


Los asientos, para dos, van enfrentados, y en ese reducido ámbito de cuatro personas se inician modestas conversaciones que van tejiendo nuevas amistades, consolidadas al final del viaje. "Fue todo maravilloso, pero lo mejor, la compañía", dice durante el regreso Marta Zuñiga de Lantella, de Pergamino, Buenos Aires. Con su esposo, el italiano Michelle Lantella -radicado en el país- compartieron la travesía con una pareja extranjera: Gaia Canepa, de Italia, y Simón Sánchez, de origen latino pero nacido en Suiza, donde viven ambos. Ahora se tomaron un año sabático para viajar.En otro sector, tres escribanas uruguayas -que habían participado de un congreso en Salta- toman mate y charlan. "La verdad que tenemos un poquito de miedo por la altura", explica Susana Terraras. "Te imaginás, nosotras vinimos en Montevideo, al nivel del mar", amplía Ana Bruno.
Graciela Patrone, en tanto, revela el secreto de su mate: "le agregamos una hojas de coca, porque nos dijeron que así vamos a contrarrestar el apunamiento".Apenas el tren deja la estación atrás, Beatriz y Eugenia, las azafatas-guías turísticas-animadoras del convoy nos hacen bajar las celosías de las ventanillas. "Pasamos por barrios peligrosos, donde pueden tirar piedras hacia el tren", justifican. Espiamos por las rendijas y vemos los barrios marginales, la otra cara de una ciudad pujante. No hubo piedras.Las ventanillas se levantan en la zona de Cerrillos, donde el paisaje de yungas se caracteriza por los manchones rojos de los ceibales sobre los cerros. Las guías explican lo que se ve y los pasajeros cruzan de izquierda a derecha el vagón, y viceversa, para sacar fotos. Los vidrios de las ventanillas se levantan; entra el viento frío, pero no importa: atrapar las imágenes es imprescindible.

Paisaje fascinante


Una hora más y ya se presenta la formidable belleza del paisaje andino. Los cerros de colores, la vegetación escasa y seca, los precipicios, las construcciones de pircas abandonadas, los puentes, los túneles, los zigzags y los rulos; un camino tan escabroso como fascinante, que nos va llevando hacia las nubes. Pasados los 2.500 metros de altura, el cielo nublado quedó atrás y el sol brilla espléndido.A las 14.30, siete horas y media después de haber salido, llegamos al punto más alto del trayecto: el viaducto de la Polvorilla. La respiración se corta y aunque el vértigo acecha, nadie puede dejar de asomarse a mirar el abismo que se abre entre las montañas. Ya en la estación, todos bajan a mirar el paisaje y las artesanías que ofrece la gente del lugar. Muchos están apunados y en el tren los asisten con oxígeno. Allí, minutos antes de emprender el regreso, los argentinos entonan el Himno nacional, que los extranjeros siguen en respetuoso silencio. La montaña, el cielo, la aventura nos une a todos en ese instante.

Fuente: La Gaceta

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