lunes, 29 de septiembre de 2008

El tren, ese habito de viajar barato y mal.

Chancho, ortiba, abrime la puerta…

-Andá a la m… Chau.

Foto: Diego Sotelo

Así empieza el viaje: sin anestesia, ni sutilezas verbales. “El Roca”, como le dicen los pasajeros al tren que enlaza la estación Plaza Constitución, en la Capital, con 69 ciudades del sur del conurbano, se padece hasta en los huesos, se detesta y se insulta, se rompe, se mastica y hasta se huele, y mal, en cada estación.
Durante varias jornadas, LA NACION viajó por los trenes más utilizados para ingresar y salir de la ciudad: el ferrocarril Roca (al Sur), el ferrocarril Sarmiento (al Oeste) y el ferrocarril Mitre (al Norte). Las diferencias son tenues, en algunos casos, y abismales, en otros.
El Roca resulta duro por donde se lo mire. Unas 450.000 personas por día toman alguno de los 47 trenes en alguno de los siete ramales para llegar a la Capital. Para regresar a sus hogares, deben abordar uno de los 903 servicios diarios con destinos a Quilmes, La Plata, Temperley, Glew, Bernal, Berazategui, Wilde, Ezeiza, Ezpeleta, Alejandro Korn, entre muchos otros.
Plaza Constitución, entre las 17.30 y las 20, podría definirse como el último escalón antes de arrojarse a una picadora de voluntad humana.
“Y yo saqué boleto, la p… que los parió”, dice un pasajero en la entrada al andén. “Volvete piquetero, bol…”, le responde el personal encargado de controlar. Poco antes, un grupo de piqueteros, con las banderas enroscadas en largas cañas, había traspasado los controles sin pagar.
El abono del boleto en Constitución, donde no hay máquinas expendedoras ni molinetes para llegar a los andenes, parecería algo simbólico. Juan Tossi, asiduo pasajero, comenta que, desde hace un año, hay controles más estrictos por parte del personal de la Ugofe. “Lo que pasa es que la gente ya se acostumbró a viajar gratis; antes nadie pagaba, porque al empresario anterior no le importaba cobrar boletos: si total agarraba el subsidio”, especula Tossi.
La Ugofe es un consorcio de empresas que administra el servicio por cuenta del Estado, después de que se le quitara la concesión al empresario Sergio Tasselli, tras los incidentes del 16 de mayo de 2007, en Plaza Constitución.
El Roca ahora es estatal y cada pasajero que viaja le cuesta a las arcas públicas 4,18 pesos en concepto de subsidios. El boleto mínimo asciende a 0,65 pesos. El Estado, sólo en agosto pasado, invirtió 44.147.653 pesos en un tren que funciona cada vez peor.
Cuando llega el convoy, cientos de pasajeros procuran subirse a la formación por el otro lado -sobre los rieles- y, así, ganar un asiento. Treinta centímetros separan la vida de la muerte. Y nadie dice nada: esto es común, cotidiano. Los que llegan sobre el filo de la partida viajan colgados de los estribos.
El guarda clausura algunas de las pocas puertas que funcionan: recibe y devuelve insultos a mansalva. La formación ferroviaria, por fin, comienza a moverse.
“Volver a mi casa es un sacrificio y esto empeora todos los días… somos negros, pero merecemos algo un poco mejor, viejo”, dice fastidiado durante el viaje Jorge Cabrera, que trabaja en una fábrica de calzados. “La gente es tranquila, porque si no no le quedaría ni un tren”, agrega y, alguien desde el fondo del furgón, grita: “Vamos a tener que empezar a prender fuego”.
Un enjambre de bicicletas y personas; olor a orina y a marihuana; asientos destrozados y rostros cansados conviven en el estrecho espacio del furgón. “Nadie te informa nada, tenés que insultar a todos, estoy harto. No tendría problema en pagar más, pero quiero ver alguna mejora ahora”, esgrime Oscar González, que baja en la estación de Villa Dominico.
“Vamos a prender una tuca”, dice un muchacho del fondo del furgón. “¡Los caminos de la viiida no son los que yo creiiia!”, entona su compañero de viaje. Y todo sigue.
El tren avanza de vuelta del recorrido denominado “el circuito” -el tren sale de Plaza Constitución, recorre 13 estaciones y vuelve-. A eso de las 21, de regreso a Constitución, el tren circula casi vacío.

A la altura de Bernal, el guarda camina custodiado por dos policías. Ahí empiezan otros problemas: el temor de la inseguridad. La mitad de los vagones están iluminados apenas con una lámpara. “Acá puede pasar cualquier cosa, porque a veces el guarda y los policías desaparecen”, comenta bajito Teresa.
En el Oeste
-Recemos para que no se atrase, porque la gente está muy caliente.
-Hay que seguir quemando trenes…

* * *
Andén de la estación de Once, a las 18. El ferrocarril Sarmiento, escenario de los últimos desmanes donde se quemaron ocho vagones a principios de mes, moviliza todos los días cerca de 400.000 personas desde y hacia el oeste del conurbano.
En Once, al menos, existen las máquinas expendedoras de boletos que ahorran bastante tiempo al pasajero. También puede notarse un mayor celo a la hora de controlar los boletos. De todos modos, el trámite de viajar suele complicarse y mucho. “Estamos hartos de que siempre pase algo con los horarios”, afirma José Mercado.
La frecuencia del ferrocarril, según sostiene la empresa Trenes de Buenos Aires (TBA), no debería superar intervalos de entre 8 y 10 minutos. Claro, dentro de la improbable hipótesis de que no ocurra ningún inconveniente. “Viajamos como animales y si el tren se atrasa cinco minutos, no hay manera de subir”, dice Roberto Aguilero, que vive en Morón.
Al tren de las 18.32 lo asalta una especie de marea humana. El furgón sin asientos ni ventanas parece una alternativa complicada. “Me han descontado parte del sueldo por llegar tarde y del premio por presentismo ya me olvidé. Igual estoy atado: desde Castelar, en colectivo, tardo el doble y las combis son muy caras”, comenta Agustín González, que fuma sentado en el piso del furgón.
El movimiento del tren adormece a los pasajeros que viajan como fundidos unos con otros o colgados de las puertas. El trayecto completo es de 17 estaciones.
A fuerza de episodios desagradables, hay gente especializada en horarios, tácticas antirrobos, detección de asientos libres y claves para huir en caso de emergencias. “La mochila adelante; siempre hay que ubicarse cerca de la puerta y en el vagón de las bicicletas. El furgón parece lo peor, porque no tiene vidrios y la gente va en el piso, pero es el más amplio y si pasa algo podés salir rápido por la ventana”, comenta Nathalie Cardellicchio, de 24 años.
“Es preferible bancarse la baranda a porro, el cigarrillo y el frío que pasar un mal rato en los vagones. La seguridad es nula”, agrega.
La empresa TBA utiliza formaciones de hasta 9 vagones -en el Mitre son de 5-, con frecuencias de entre 8 y 10 minutos y, sin embargo, la gente sale por las ventanas.
Aire acondicionado
-Cuando hace frío prenden el aire y cuando hace calor lo apagan.
-En comparación con el resto de los trenes, es un paraíso…
* * *
Retiro, línea Mitre. Dirección: zona Norte. La diferencia de este ramal con el resto salta a la vista. Las formaciones, que transportan unas 250.000 personas por día, cuentan con acondicionadores de aire, algunos plasmas (colocados por una empresa de publicidad) y los asientos parecen sanos. “En horario pico viajás apretado, pero dentro de todo el servicio es bastante bueno”, explica Magalí Mendoza.
El Mitre recorre 37 estaciones entre municipios de clase media/media- alta y otros de muy bajos ingresos.
“Es el día y la noche en comparación con el Sarmiento, pero lo extraño es que son de la misma empresa”, dice Roberto Fernández.
La empresa TBA recibió en agosto subsidios del Estado por la concesión del Sarmiento y del Mitre por 31.521.768,50 pesos que representan $ 1,89 por pasajero.
Los horarios críticos son entre las 7 y las 10.30 y, las 17 y las 20. Fuera de ese horario, la frecuencia de los trenes se ajusta a los 10 minutos.
“Falta información y cuando pasa algo se borran todos; eso de que funciona todo bien es mentira”, se queja Matías Calvo. “Fina-fresca-sana-golosina” ofrece un vendedor ambulante. Nadie le presta atención.

Fuente : La Nación

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